Ya perdí mil primaveras y el orgullo por buscar en otros ojos la luz
que tienen los tuyos.
Tiempo veraniego en los tempranos inicios de la primavera, que llegan arrastrándose reticentes desde el final del invierno. Mal presagio. Me pregunto si el mundo se estará volviendo loco o si nosotros estamos volviendo loco al mundo. Los mayas vaticinaron que a finales del presente año se produciría el temido fin de este nuestro mundo. Pero, ¿y mi mundo personal y particular? ¿Tiene la misma fecha de caducidad? No, claro que no. El muy estúpido, desorientado, se ha anticipado mucho más de lo que debía al gran acontecimiento (siempre tan impaciente) y tenía ya grabada su propia inscripción en una funesta lápida, contra la cual recibió un impacto de dimensiones titánicas, que le hizo perecer en el acto. En la inerte lápida se podía distinguir una fecha de inicio, de hará unos pocos meses, y una fecha de final, que se correspondía con un aciago miércoles de finales del mes de marzo. No sabemos ni cómo ni por qué el caprichoso destino decidió que esta era una buena fecha para jugar a destrozar vidas. Pero no, estoy siendo demasiado catastrofista, el destino no acabaría de un plumazo con mi vida, puesto que disfruta divirtiéndose a costa del sufrimiento ajeno. Se trata de un ser satírico y carente de escrúpulos, dispuesto a alcanzar el extremo que sea necesario para joderte, sin llegar a destruirte. Por lo tanto, no os asustéis, sé que os he podido alarmar relatándoos el fatal desenlace de la existencia de mi mundo. Sin embargo, no se trata de la totalidad de mi alma, tan solo un fragmento. Un fragmento cargado de sueños, ilusiones y esperanzas, que ha sido extirpado de mis entrañas de manera brutal, dejando un latente y doloroso espacio que jamás podré volver a llenar. Un fragmento que, tras sufrir un tremendo varapalo emocional, ha sido extirpado por el bien del paciente. Al menos eso fue lo que dijo el médico que llevó a cabo la operación. Sin embargo, el doctor Frustración nunca fue santo de mi devoción, y para mí sus palabras tienen una credibilidad de dudosa fiabilidad. Me observa con su mirada fría, mientras con una hipócrita sonrisa me insta a tranquilizarme, alegando que no está en mi mano hacer absolutamente nada, que me resigne a mi sino, que no luche, que deje morir a ese fragmento en paz. Sin embargo, por mucho que asegure que a partir de ahora podré llevar una vida normal, como se dice en esos casos, mi orgullo insiste en no creer sus palabras. Ese fragmento que para él no significa absolutamente nada, para mí lo es todo, es mi vida, sin él estoy muerto, por mucho que el doctor se empeñe en mantenerme con vida de forma artificial. ¿De qué te sirve vivir, si no tienes motivos para hacerlo? Absolutamente de nada. Arranco con rabia la lápida que me sentenciaba a permanecer como un muerto viviente durante el resto de mi existencia, destapando así el tarro de las esencias de mis sentimientos. Duelen, sí, se clavan como diminutas pero expertas dagas en lo más profundo del corazón. Pero he de ser fuerte. Por mí. Con un hálito inspirador procedente de la paz interior que acabo de adquirir, reúno las fuerzas necesarias para blandir la lápida recién extraída de la fértil tierra de la soledad contra el doctor Frustración, que cae fulminado en el acto. Un sentimiento de triunfo recorre mi cuerpo, cual droga suministrada por vía intravenosa. Sin embargo, en seguida comienzo a desfallecer. Maldición. El doctor Frustración guardaba celosamente mi amor en lo más profundo de su corazón, y al acabar con él, también he destruido la pieza clave de mi vida, la piedra angular que lo mueve todo. Se ha ido. Se ha desvanecido. Para siempre. La sensación de impotencia no tarda en llegar, y frías lágrimas afloran a mis ojos como pequeños témpanos gélidos. Quizás no son tan frías, pero la sensación glacial me invade de todos modos. De repente, es como si el vacío que se había asentado en mi interior, se estuviese expandiendo, devorando cada pedazo de mi ser, y creciendo a pasos agigantados. En ese momento me doy cuenta de que todo está perdido. Creía haber ganado a Frustración, pero nada más lejos de la realidad. No hay nada que hacer. De hecho, lanzo una mirada de soslayo al maltrecho cadáver del doctor y en su tez se intuye una mueca burlona que parece decir “te avisé”. Me derrumbo, cual chiquillo llorón, impotente porque no puede conseguir sus deseos. Aunque me ahorro la pataleta. El amor se fue y nadie pagó su rescate. Soy consciente de ello. Sentiría dolor, pero el resto de mis sentimientos se han perdido con el más importante de ellos, como apóstoles fieles a su mesías. Lo que más me dolería de poder sentirlo, es que sabía que esto ocurriría. Lo sabía y aun así lo dejé pasar, lo sabía y dejé que sucediese, lo sabía y dejé al destino salirse con la suya. Siempre me quedará una luna muda, o al menos eso dice Sharif. Miro al cielo, pero es pleno día, idiota de mí, ¿como pude esperar ver la luna? Es esa misma torpe e inútil inocencia la que me ha llevado a este punto. Mis vanas esperanzas infantiles, creyendo en algo que no tiene ningún sentido, y que solo generan a largo plazo terribles ansias de autodestrucción. Me pierdo en estas reflexiones mientras las cuencas de mis ojos sostienen una mirada completamente vacía e inexpresiva. Las lágrimas ya no fluyen, no sé si porque me he secado por completo o porque en mi interior he comprendido que de nada sirve llorar. Fui tonto, caí en las redes sibilinas de unos sentimientos que no me convenían. Y estos me devoraron sin dejar ni rastro. No puedo evitar sentir una tristeza indescriptible. Ni siquiera. Trato de sentirla, pero tampoco poseo ese sentimiento. Soy un recipiente vacío, un envase corpóreo para un alma que decidió marcharse para no volver.
Es tarde, toca clase de Genética
y no puedo permitirme perdérmela.