jueves, 23 de octubre de 2014

26

Segundo encuentro.
Segundo abrazo, pero…
Primer alunizaje de mis dedos bajo tus…
Primer choque de mis labios contra la inevitable atracción de los tuyos.
Primer anhelo calmado tras un primer porro exitoso.
— ¿Por qué tiene que ser así?
Y suspiros. Y más suspiros. Y caricias que encuentran un calor que no aporta el sofocante mes de julio en Madrid.

Y resucitamos al segundo día según nuestras escrituras. Piel contra piel. Gemidos sincronizados.

Segundo principio de un primer final definitivo. 

martes, 12 de agosto de 2014

Realidades

Me tiene que bastar con la escarificación de tus dedos en mi piel. Me tiene que bastar con el recuerdo de tus ojos mirándome fijamente, y tu cara, mezcla de deseo, temor e incredulidad. El recuerdo de tu leve asentimiento de cabeza cada vez que te besaba, y de tu sonrisa de odio cada vez que emitías enfatizados descalificativos contra mí. Me tiene que bastar con el rastro del tacto de tu piel, punteada en tu preciosa nariz y sus aledaños pomulares.


Mientras aprendo lo imposible.

Mientras aprendo a ser sin ti, un contrasentido para una relación simbiótica, un suicidio.

Mientras aprendo a olvidar sin querer lo que significaba abrazar tu espalda bañada por un sudor que se deslizaba como mis labios hacia tus entrañas. La expresión de tu rostro al mínimo roce de mis dedos y la espectacular sensación que eso provocaba en mí. Las alusiones teológicas a mi nombre antes de exhalar un penúltimo estertor. Los arañazos en mi espalda y las marcas en tu cuello, como si fuésemos dos animales que se guían por el instinto de alimentarse, de sobrevivir, de amarse de forma ilícita, inhumana, prohibida. Y el último beso eterno que nos dejamos en un andén maldito.

Todo esto, mientras me suelto del clavo ardiendo que es estar sin ti.

Mientras sé que toda esta mentira de olvidarte solo existe en un universo paralelo.

Mientras en éste, elijo quedarme contigo.


domingo, 10 de agosto de 2014

A salvo

Me sigo suicidando lentamente al sumergirme en las lagunas de ebriedad que me proporciona esta botella vacía. ¿Para qué asomarme a la ventana, si sé que el vértigo me impedirá saltar? ¿De qué sirve buscar con ahínco la felicidad sabiendo que mis demonios la esconden con esmero? Paradójicamente siempre fui yo el que jugaba al escondite. Me escondía de todo y de todos. Me escondía porque tenía miedo. Me escondía hasta que llegaste tú. Creía que nadie jamás encontraría las raíces repletas de cicatrices de aquel abandonado árbol lejos de la muchedumbre, donde me había enterrado. Era un lugar perdido, pero me sacaste de ahí. Yo me dejé sacar porque tu calor es el único que no me repele. Me dejaste desnudo ante ti, vulnerable, grabándome ese instante a fuego en el pecho. Memorizaste primero mi alma, y luego mi cuerpo, deteniéndote en tus puntos estratégicos favoritos. Para luego desvanecerte. No fue real. ¿Qué buscabas entonces? Y, en cualquier caso, ¿ahora qué? ¿Debería volver a enterrarme? ¿Y si ya no sé hacerlo? ¿Y si me has limado las garras de sepultar cosas, como si fuese un perro agresivo?


Me he vuelto a esconder. Aunque sé que tú sabes dónde encontrarme. Solo tú. Porque eres capaz de sonsacármelo solo con mirarme a los ojos. Permaneceré ahí abajo hasta que vuelvas a buscarme, como si fuese tu tesoro oculto.

sábado, 2 de agosto de 2014

Martirio

Es ahora cuando quiero beber hasta llegar al coma etílico. Es ahora cuando quiero despeñarme porque sería menos doloroso que esto. Es ahora cuando quiero besarte, abrazarte como si no tuviésemos prisa. Como si el tiempo se parase. Como si nuestra complicidad se inmortalizase y nuestros jadeos se eternizasen. Como si pudiese detenerme durante un lapso interminable a recorrer las preciosas constelaciones que rodean tus pardas esferas oculares. Como un niño que ve el mar por primera vez, mudo ante la inmensidad de lo que tiene delante, inseguro y asustado, pero también maravillado. Para, finalmente, vaciarme en esos reconfortantes abismos de comprensión, deslizarme por ellos, acurrucarme, tornar la tristeza en luz y morir ahí dentro, invadido por la paz más absoluta. Como si todo esto fuese real. Como si de verdad pudiese quedarme…
…contigo.

Pero…
Quizás nunca aprendamos a ser uno sin el otro.
Quizás siempre estemos rotos.
Quizás yo lo esté.

Quizás…

jueves, 31 de julio de 2014

Catarsis

A veces me permito soñar. A veces me permito caer en el anhelo de lo imposible y jugar a sorprenderme con la estupidez humana. Y la no humana. La mía. ¿Qué lamía? ¿Mis heridas o tu suplicante coño? He perdido el hilo. Y la madeja entera. Escribir líneas al azar y esperar que converjan en algún punto infinito del multiverso. Multi versos. Versos de besos. Besos que versan sobre historias apagadas. Farolas encendidas que parpadean alumbrando tenuemente las calles de la urbe. Alumbran a dos mendigos peleándose por un aliento en forma de un último suspiro de vino tinto. Se revuelcan por el suelo como nos revolcamos nosotros, sin pudor. Buscando la vida y al mismo tiempo perdiéndola. Junto con la vergüenza. Acompasando las respiraciones en un grotesco baile. La gente mira. ¿Y qué más da, si esto es solo tuyo y mío? Cuando te desabrocho el alma, ya no hay vuelta atrás. Se entrega a mí con desenfreno mientras pienso si quiero saber si me besarás. ¿Quiero saberlo? ¿Eres mía? ¿O yo soy tuyo? Estas preguntas también resuenan en tu cabeza cuando finalmente te beso. Tal vez solo eres un animal peligroso persiguiendo un relámpago llorón que no sabe a dónde va.


jueves, 28 de noviembre de 2013

Mi muerte

Vivimos en una sociedad algo futurista, tan solo unos años más adelante, o quizás en un universo paralelo. La gente tiene robots personales, pero no todo el mundo, es algo relativamente lujoso. Yo viajo en autobús y hay un tipo con dos robots, por lo que lógicamente llama la atención. De repente se forma algo de revuelo. El tipo se ha bajado del autobús pero al bajar, ha pasado algo con sus robots, parece que han caído. La gente especula con que se puedan haber estropeado, que haya habido un desnivel en la bajada del autobús, hayan caído mal y se han volcado… Sin embargo, hay quien afirma que ha visto a unos hombres huir corriendo del lugar de los hechos. Yo colaboro con la policía en la investigación de escenas del crimen y cosas similares. No soy detective, pero dispongo de una licencia especial para investigar por mi gran capacidad deductiva que ha resuelto ya más de un caso. Así que, al ver el revuelo, me bajo para ver qué ha sucedido. Con lo que me encuentro es con el dueño de los robots, con las manos a la cabeza. A su lado, se encuentran dichos robots, en el suelo. Cada uno tiene un cuchillo de un tamaño realmente considerable incrustado en la cabeza. Por supuesto, han perdido toda funcionalidad. Me asusto ante la fuerza bruta necesaria para hundir de esa manera un cuchillo en un robot de acero. 

Espero tranquilamente a que llegue mi patrulla de policía, con la que colaboro. Voy haciendo mis cábalas, pero al rato prefiero dejar la mente en blanco y observar la escena impasible mientras disfruto de un café. Por fin llega el jefe de detectives en su coche patrulla. Me levanto y le acompaño a hablar con el afectado dueño de los robots. No había podido hablar yo con él. Aunque tengo licencia para investigar y para asistir a los interrogatorios y las declaraciones de testigos, no tengo potestad para ejecutar ninguna de las dos cosas yo solo, por lo que aún no he podido hablar con la víctima del acto vandálico. Sin embargo, ya tengo mis propias deducciones, que pronto puedo comprobar que coinciden con las del jefe. Cuando llega, me dice a mí, al tipo y a su compañera que nos vayamos a los muelles, para estar algo alejados del barullo que se había formado. Una vez llegamos ahí, empieza a tomarle declaración al hombre, que al principio habla muy deprisa y erráticamente. Le insta a que se calme y le pregunta por los detalles circunstanciales de los hechos, mientras la compañera y yo hacemos preguntas puntuales, aunque todos sabemos más o menos por dónde van los tiros. Después de escucharle, el jefe me pregunta mi opinión, aunque ya la conoce. Parece bastante claro que se trata de una amenaza explícita de muerte. El hombre se altera mucho y se echa a llorar, pero entre la compañera y yo conseguimos calmarle un poco. Una vez se ha serenado, empiezan las nuevas preguntas de rigor. Si tenía enemigos y si había pasado algo recientemente por lo que quisieran matarle a él, a algún familiar… Él nos contesta que había intervenido en un robo de un banco. Se sentía mal porque no había intervenido… contribuyendo como buen ciudadano. Él estaba en el banco cuando se produjo el robo y, aprovechando la confusión, consiguió hacerse con parte del botín. Por la forma en la que cuenta la historia, puedo deducir que está mintiendo. Miro de soslayo al jefe y confirmo mis sospechas, porque su mirada refleja que piensa lo mismo. Después de tantos casos, hemos aprendido a entendernos bastante bien con el lenguaje corporal, lo cual es útil dadas estas situaciones. Sin embargo, decidimos que continúe con la historia para ver si nos puede dar algún dato relevante. Cuando acaba, lo que puedo deducir es que él formaba parte de la banda de atracadores. Sin embargo, tenía todo planeado. Él iba a ser su contacto dentro del banco, por lo que ya estaba allí cuando entraron los demás armados. Su plan era sencillo, y fue precisamente lo que hizo: esperó a que sus compañeros hicieran el trabajo sucio, y cuando ya estaban saliendo de allí, y con cuidado de que nadie le relacionase con ellos, logró hacerse con parte del dinero “recaudado”. Por supuesto, previamente había avisado a la policía, que ya estaba esperando para recibirles con los brazos abiertos. Los atracadores no esperaban una acción policial tan rápida, puesto que lo tenían todo bien calculado, pero no contaban con el detalle de que hubiese un traidor entre ellos. Él fue a refugiarse entre las fuerzas del orden cual asustado cliente de la banca, mientras estas intervenían, arrestando a los tres ejecutores visibles del crimen. Todo su plan estaba saliendo a la perfección, los sujetos ya estaban detenidos y pronto él podría irse con su dinero a comprar un par de robots de los que todo el mundo hablaba. Sin embargo, llegaron refuerzos de los malhechores, liderados por una ágil y aguerrida muchacha, que de forma rápida y brillante consiguieron liberar a los presos y huir con ellos, dejando a la policía totalmente fuera de juego. Nuestro amigo se quedó totalmente en fuera de juego y huyó rápidamente también. Rápidamente, lo dispuso todo para salir del Estado en el que se encontraba, y una vez estuvo a salvo, se instaló en su nuevo hogar y compró los dos robots que tanto deseaba. Por lo tanto, ya hace un par de meses al menos que sucedió el incidente del banco. Cuando le contamos nuestra versión de los hechos, el amigo se queda pálido y no le queda más remedio que reconocer la veracidad de los mismos. El jefe le dice que sintiéndolo mucho, queda detenido por el robo del banco, y que pasará a disposición judicial del Estado correspondiente, que será quien dicte su condena. Sin embargo, y dado que la banda de atracadores quiere acabar con su vida en venganza por la traición cometida, hemos de proporcionarle escolta hasta la comisaría. Antes de nada, nos interesamos por la información que puede conocer esa gente sobre él, con quién pueden haber hablado para tener detalles sobre su rutina y poder ejecutarle en el momento preciso. Él dice que nadie podría relacionarle con ellos, que ha contado la historia a varias personas pero dando detalles muy sesgados y aportando su propia visión. Sin embargo, en cierto momento, cuando nos está relatando la versión que ha estado contando, llega al punto del rescate y dice el nombre del a chica. Enseguida se queda paralizado por el horror ya que todos nos hemos dado cuenta. Ha estado largándole el nombre de dicha fémina a todo el que le ha contado lo sucedido, y por lo tanto, cualquiera que pregunte por él, va a poder vincularle claramente con el suceso. Solo habrán bastado unas monedas y los atracadores sabrán sus rutinas exactas y es posible que hasta su posición actual. El tipo empieza a ponerse muy nervioso y el jefe insiste en entrar a un bar mientras pensamos qué hacer, para no estar en mitad de la calle, donde somos mucho más vulnerables. El jefe y yo nos quedaremos con el recluso mientras la chica va a la comisaría a dar informe de todo lo sucedido.


-Aparece una niña sobre una superficie circular que flota sobre agua. Parece una especie de refugio subterráneo. La única compañía de la niña en la plataforma es una rata. Ha aprendido a apreciarla puesto que es mejor la compañía de una rata que la absoluta soledad, que sin duda le desquiciaría. Parece estar dentro de algún tipo de refugio, en el interior de alguna cueva metida en el mar. Recuerda que unos hombres la raptaron y la llevaron allí, pero no sabe dónde está, ni recuerda nada del viaje hacia su actual destino. Solo tiene mucho miedo, aunque este sentimiento está dando paso a la incertidumbre. De repente siente paz interior. Queda en silencio y solo escucha el sonido de las olas impactando contra las paredes de la cueva y los gruñidos de la rata. Al menos parece un refugio bastante elaborado, ya que dispone de hasta instalación eléctrica. La plataforma en la que se encuentra está anclada a una plataforma más grande, a mayor altura, y con base en el suelo, la propia base del refugio. Se le pasa por la cabeza la posibilidad de subir hasta ahí y al menos sentirse más estable y segura. Sin embargo, está muy lejos, y ella está algo cansada. En un momento dado, sobreviene una violenta sacudida de las olas, o quizás sea una corriente interna que se ha formado. En cualquier caso, la plataforma sobre la que se halla se agita, y aunque intenta mantenerse encima aferrándose a ella, acaba cayendo al frío agua. La rata también cae, pero se las apaña para nadar, y de algún modo consigue llegar a la plataforma principal. El miedo se vuelve a apoderar de ella. No sabe nadar. Lucha por volver a subirse en la plataforma, con la desesperanza invadiendo todo su cuerpo. Apenas le quedan fuerzas ya, traga agua, salada. Cuando empieza a aceptar su muerte, una mano sale de entre las sombras y la saca del agua…-


Entramos en el bar, donde ya somos viejos conocidos. Demasiadas tardes después de un trabajo bien hecho, hemos venido los compañeros  a relajar las tensiones entre cervezas. Así que se podría decir que he acabado cogiendo cariño a todo el equipo y que incluso el jefe y yo nos hemos hecho buenos amigos. Pienso en esto mientras el camarero, un tipo simpático y bonachón que bromea con nosotros, nos pone unas cervezas. En situaciones normales, y estando de servicio, estaría prohibidísimo que nos pusiésemos a beber. Pero aquel era un caso especial, necesitábamos pensar algo rápido pero con la cabeza fría, y nada mejor que una cerveza bien fresquita para ayudarnos a llevar a cabo dicha tarea. El recluso hace tiempo que no habla. Tiene la tez totalmente blanca y la mirada perdida. Está totalmente ausente. Parece como si ya se diese por muerto. En un momento dado, entran tres tipos con un aspecto un tanto intimidatorio. El jefe está absorto hablando con el camarero, y el prisionero ni siquiera parece estar en este mundo. Así que solo yo parezco reparar en la entrada de estos individuos. Por desgracia, actúan con mucha velocidad y no me da tiempo a hacer absolutamente nada antes de que uno de ellos saque una pistola y le vuele los sesos al prisionero. Entonces reacciona el jefe y trata de sacar su arma reglamentaria, pero ya tiene dos pistolas apuntándole a la cabeza. Así que no le queda más remedio que obedecer y dejar su pipa en el suelo. A continuación, los tres atracadores empiezan a pedir todo su dinero a los presentes. Sin pensarlo un momento, el jefe y yo les damos todo lo que llevamos encima (en mi caso, poco más que calderilla). Una vez han terminado la recaudación, nos ordenan a todos los presentes en el lugar, ponernos en fila pegados a la pared. Tienen el control de la situación. No sé a qué juegan, pero obedecemos sin hacer preguntas. Al dirigirme hacia la pared, observo el inerte cadáver que minutos antes era una persona y de repente me entran náuseas. No sabría explicar por qué, ni que fuese el primer cadáver que veo. Supongo que por lo peliagudo de la situación. Una vez nos tienen a todos alineados, uno de ellos nos va apuntando a todos con su pistola. Va recorriendo con su brazo el espacio que va de un lado a otro de la pared, enfocando el cañón de su arma a nuestras cabezas. Después de hacer el recorrido varias veces, se para y dice algo en mi lengua materna, por lo que los demás no lo entienden y el primero en desencajar el rostro soy yo: “Que empiece el juego”. Y sin más dilación, le mete al tipo de mi lado una bala entre ceja y ceja. Empieza a cundir el pánico, pero ahora grita de forma que todos los presentes entiendan, “QUIETO TODO EL MUNDO. AL PRIMERO QUE SE MUEVA LA REVIENTO LA PUTA CABEZA”. Sin embargo, su juego continúa, y acto seguido, dispara a otra persona. Comienza entonces el caos. La gente intenta salir corriendo, huyen por sus vidas, pero todos los que van hacia la puerta reciben un tiro en la nuca. Yo me quedo quieto, sin saber muy bien qué hacer. Me tiro al suelo, de rodillas, con las manos en la cabeza, y empiezo a sollozar. Y entonces, de repente sucede. En apenas una fracción de segundo siento demasiadas cosas. Un miedo atroz se apodera de mí mientras noto como una bala me abrasa el cerebro. Mi cuerpo queda inerte, y antes de dejar de sentir, noto el bombeo de sangre hacia mis extremidades, y cómo se va extinguiendo. Y caigo… caigo… caigo.


Tengo miedo de tratar de abrir los ojos, porque quizás esté muerto de verdad y no pueda hacerlo. No conozco lo que se siente al estar muerto, ni si hay algo detrás, por lo que el pánico que me invade es mayúsculo. Al final, reúno todo el valor que puedo y consigo abrir los ojos. Sin embargo, en realidad tengo la sensación de que me he despertado de un sueño para acabar en otro. Me siento en una especie de limbo y empiezo a reflexionar sobre el sueño que acabo de tener. Se me pone la piel de gallina y se me saltan unas cuantas lágrimas. Ahora al escribir estas líneas, vuelve a suceder. Lo he llegado a pasar realmente mal, pero ha sido una historia acojonante que creo que merece la pena escribir. Mientras me encuentro en este limbo temporal en el que no sé ni en qué hora vivo, suena el odioso despertador a un volumen desmesurado. No sé cuánto tiempo ha pasado desde el sueño, pero creo que incluso me había dado tiempo a iniciar otro, aunque no lo recuerdo. Lo único que sé es que ahora sí que estoy despierto, y que tengo una historia acojonante que contar.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Felicidad

Tic. Tac. Tic. Tac. El tiempo marcado por el monótono reloj oxidado se acompasa con los rítmicos latidos cardíacos, que podrían parar en cualquier momento. Me hace gracia lo caprichosa que es la vida. Nos esforzamos en generar unos sueños, ilusiones y esperanzas que no tenemos ni puta idea de si podremos llegar a cumplir algún día. Metas que lograr, personas con las que relacionarse, buscar LA FELICIDAD. ¿Para qué? ¿Qué más da si al final todo cae en saco roto? ¿Por qué mierda ponemos tanto empeño en conseguir todo eso si al final lo único común a todos nosotros es que moriremos? No tiene sentido.

“No, es que no hay que pensar en eso”, me dicen. ¿Y eso por qué? Todo el mundo se pasa la vida dando clases de moralidad, porque claro, al ser humano le encanta opinar de cualquier cosa, aunque no tenga ni idea de qué está hablando. La ignorancia es insultantemente atrevida. Y luego resulta que no puedo plantearme esa cuestión, ¿qué pasa, es tabú? ¿En serio os hace felices engañaros? Hacer como que sois felices. O que tratar de ser felices va a servir para algo. Venga ya, es patético.

“La vida merece la pena”. Permíteme discrepar. En 21 años de existencia (habrá quien diga que eso es un suspiro, pero la verdad es que me da igual), que a mí se me han hecho eternos, por cierto, aún nada me ha dado ni un puto motivo por el que merezca la pena esta mierda a la que llaman vivir. Creo que nunca he conseguido alcanzar eso otro a lo que llaman felicidad, y la vez que estuve más cerca de lograrla, me llevé el mayor batacazo hasta la fecha. ¿Que merece la pena? Pues lo siento, pero yo a eso no le veo coherencia por ninguna parte. Quizás el problema sea mío. Quizás por algún motivo yo esté marcado y condenado para siempre a vivir en la oscuridad de un pozo sin fondo sin más visión que el reflejo del espejismo de felicidad de mis prójimos.

Hacía mucho que no me sumía tanto en las sombras. Hacía mucho que no tenía presente cuál es mi verdadera condición y hubo momentos en los que estuve a punto de introducirme en vuestro atractivo sueño idílico. Pero supongo que se acabó. Supongo que por eso vuelvo a escribir. Supongo que vuelvo a realizar visitas introspectivas a mi perturbada mente y solo encuentro vacío y desolación. Pero prefiero ser un infeliz con los ojos bien despejados que alguien que cree ser feliz porque tiene delante una pantalla imaginaria con dibujos de formas bonitas que le impiden ver cómo son las cosas en realidad. Hoy simplemente he recordado.


Ahí os quedáis, con vuestros sueños, ilusiones y esperanzas. Me alegro de que a vosotros os sirvan de algo. Porque a mí no.