miércoles, 21 de agosto de 2013

Sueños...

La vida es un sueño, es un libro sin páginas, donde cada uno es libre de imaginar.

Yo iba a un lugar de playa y sabía que tú estabas allí. No recuerdo dónde era, es un puñetero sueño, y además, borroso. El hotel era un sitio tremendamente bizarro, con una especie de balcones que dan a un patio interior, pero no en las habitaciones, sino que cada piso estaba completamente abierto, y se accedía a esos pisos a través de algo así como un montacargas sobre el que te subías. Te veía de vez en cuando, de lejos, e intentaba que tú no me vieses, quería ahorrarte ese sufrimiento. En un momento y por algún motivo que no recuerdo, usaba el montacargas con mi hermano para acceder a uno de los pisos, pero el montacargas iba directamente al piso de arriba. Así que iniciábamos una competición para ver quién conseguía colarse antes en el sitio al que queríamos acceder. Mi hermano bajaba del todo e intentaba escalar, mientras que yo trataba de descolgarme desde el piso de arriba. De tocayos iba la cosa, porque en algún momento del sueño, creo que más o menos por aquí, aparecía también tu tocaya vasca, una chica a la que conocí hace poco, aunque no recuerdo qué papel jugaba. Me parece que gané a mi hermano en la competición, pero no es relevante. De repente estaba en el piso de abajo y resultaba que el sitio estaba en una zona radiactiva o algo así, y pedían a todo el mundo que entrase dentro del hotel mientras que comprobaban que la contaminación del ambiente no era peligrosa. Tú estabas en la playa y volvías de ella. Yo te veía venir, y me apartaba un poco para que no me vieses, aunque era consciente de que me verías, puesto que la recepción del hotel era pequeña y además reconocerías mi cresta en cualquier parte. Lo que no esperaba era que llegases sigilosamente y me saludases por la espalda. Yo me sobresaltaba, y quedaba un poco en shock ante la perspectiva de que tenerte en frente, cara a cara, al fin era real. Te espachurraba en un efusivo abrazo, de estos que dejan sin respiración y casi me echo a llorar. Tú en cambio no lo sentiste tanto, y te apartaste mucho más rápido de lo que a mí me hubiese gustado. Y desde luego no lloraste de felicidad como una putísima cría repelente delante de su nuevo y resplandeciente pony. Eso me decepcionó un poco, pero al menos te tenía delante, de nuevo, y sentía una felicidad desbordante. Luego viene la parte más bizarra, y es que de repente aparecía un bebé de la nada, no sé de quién era, y el caso es que había que cambiarle, y tú llevabas algo escondido debajo de la camiseta, no recuerdo muy bien qué, y en un momento estábamos cambiando al bebé. Y de repente aparecía un pepinillo bastante grande en un plato de los de aperitivo de bar y metíamos ahí el excremento del bebé y lo dejábamos, y nos íbamos, porque somos súper chungos. Después me desperté y me tuve que enfrentar al hecho de que no había sido real, y el mazazo fue importante. En fin, no sé cómo interpretar toda esta mierda, espero que sea una premonición de que voy a verte pronto. O quizás no tenga nada que ver. Como dijo Calderón de la Barca, “Los sueños, sueños son”.