Luego irá a más, basta ya de tramas y de dramas, adiós a los problemas, no quiero vivir más.
Me siento autodestructivo. Es un
hecho. No es la primera vez ni será la última. Lo cierto es que estaba tardando
en hacer una entrada con esta canción, dado que hay pocas que me hagan sentir
tantas cosas como esta. Me resulta tremendamente inspiradora en ocasiones, y
aunque parezca mentira, en cierto modo me sube el ánimo. Parece algo
paradójico, ya que se trata de un tema completamente pesimista, pero no me
preguntéis por qué, es así. Vamos allá.
Observo con detenimiento la esbelta
cerilla que sostengo entre mis trémulos dedos índice y pulgar. Asemeja ser algo
inofensivo, pero es un arma de destrucción potencial. Solo necesita de un buen
medio de propagación y, no necesariamente aunque ayudan, unas intenciones de dudosa
integridad. Un tímido y fugaz aunque veloz roce, sería capaz de provocar unos
estragos más que considerables. Todo se iniciaría con una delicada llama que se
balancease juguetona sobre esa pequeña astilla con componentes fosfóricos,
hasta poder llegar a convertirse en un monstruo de colosales proporciones que
devorase todo lo que encontrase a su paso sin tener la más mínima piedad. La
delicada llama podría saltar con un grácil brinco hacia las inflamables cortinas,
que, de forma muy amable y cortés, no dudarían en proporcionarle a aquella
tímida llama, unos cuantos cientos de compañeras con las que interaccionar,
fusionándose en un terrible espectáculo pírico, que no tardaría en propagarse a
los temblorosos muebles de madera, que a su vez prorrumpirían en una brutal
llamarada de vivos colores cálidos. Mientras tanto, yo observo impasible la
escena, con una copa de buen ron en la mano, sentado en una confortable butaca
de cuero que recogí hace ya unos años del contenedor de debajo de mi casa. Es
increíble lo que tira la gente que se cree rica. Pero en fin, no es mi
problema, de hecho es una ventaja para mí, que soy un oportunista. Las llamas
siguen extendiéndose mientras yo me hallo sumido en profundos pensamientos sin
salida. Ya han envuelto casi la totalidad de la estancia, así que me relajo y
disfruto del momento. La calidez de las llamas besa mis mejillas, mientras
espíritus emergidos del averno danzan de forma satírica y espeluznante en torno
a mi lecho. Las crepitaciones se hacen notar cada vez más cerca, y yo siento el
ferviente aliento de la muerte acechando. El olor a chamuscado me produce un
placer inexplicable, mientras mi cuerpo se prepara para el fatal desenlace. Las
llamas ciernen cada vez más su cerco sobre mí, como una manada de lobos
hambrientos, impacientes por abalanzarse sobre su frágil presa. Por un
instante, observo al fuego con mirada desafiante, esa mirada del loco que se
sabe perdido pero que no teme a la muerte. Por último, la primera de las
llamas, la más intrépida de ellas y que perfectamente podría tratarse de
aquella tímida llama que temblaba en la cerilla, espoleada por el rugido de sus
cientos de miles de compañeras, toma la delantera y se precipita sobre mí. Solo
es cuestión de milésimas de segundo que las demás hagan lo propio, como si
hubiesen estado esperando esa señal, generando así un funesto y macabro
espectáculo, que acaba con mi mísera existencia.