jueves, 5 de abril de 2012

Crepitaciones

Luego irá a más, basta ya de tramas y de dramas, adiós a los problemas, no quiero vivir más.

Me siento autodestructivo. Es un hecho. No es la primera vez ni será la última. Lo cierto es que estaba tardando en hacer una entrada con esta canción, dado que hay pocas que me hagan sentir tantas cosas como esta. Me resulta tremendamente inspiradora en ocasiones, y aunque parezca mentira, en cierto modo me sube el ánimo. Parece algo paradójico, ya que se trata de un tema completamente pesimista, pero no me preguntéis por qué, es así. Vamos allá.

Observo con detenimiento la esbelta cerilla que sostengo entre mis trémulos dedos índice y pulgar. Asemeja ser algo inofensivo, pero es un arma de destrucción potencial. Solo necesita de un buen medio de propagación y, no necesariamente aunque ayudan, unas intenciones de dudosa integridad. Un tímido y fugaz aunque veloz roce, sería capaz de provocar unos estragos más que considerables. Todo se iniciaría con una delicada llama que se balancease juguetona sobre esa pequeña astilla con componentes fosfóricos, hasta poder llegar a convertirse en un monstruo de colosales proporciones que devorase todo lo que encontrase a su paso sin tener la más mínima piedad. La delicada llama podría saltar con un grácil brinco hacia las inflamables cortinas, que, de forma muy amable y cortés, no dudarían en proporcionarle a aquella tímida llama, unos cuantos cientos de compañeras con las que interaccionar, fusionándose en un terrible espectáculo pírico, que no tardaría en propagarse a los temblorosos muebles de madera, que a su vez prorrumpirían en una brutal llamarada de vivos colores cálidos. Mientras tanto, yo observo impasible la escena, con una copa de buen ron en la mano, sentado en una confortable butaca de cuero que recogí hace ya unos años del contenedor de debajo de mi casa. Es increíble lo que tira la gente que se cree rica. Pero en fin, no es mi problema, de hecho es una ventaja para mí, que soy un oportunista. Las llamas siguen extendiéndose mientras yo me hallo sumido en profundos pensamientos sin salida. Ya han envuelto casi la totalidad de la estancia, así que me relajo y disfruto del momento. La calidez de las llamas besa mis mejillas, mientras espíritus emergidos del averno danzan de forma satírica y espeluznante en torno a mi lecho. Las crepitaciones se hacen notar cada vez más cerca, y yo siento el ferviente aliento de la muerte acechando. El olor a chamuscado me produce un placer inexplicable, mientras mi cuerpo se prepara para el fatal desenlace. Las llamas ciernen cada vez más su cerco sobre mí, como una manada de lobos hambrientos, impacientes por abalanzarse sobre su frágil presa. Por un instante, observo al fuego con mirada desafiante, esa mirada del loco que se sabe perdido pero que no teme a la muerte. Por último, la primera de las llamas, la más intrépida de ellas y que perfectamente podría tratarse de aquella tímida llama que temblaba en la cerilla, espoleada por el rugido de sus cientos de miles de compañeras, toma la delantera y se precipita sobre mí. Solo es cuestión de milésimas de segundo que las demás hagan lo propio, como si hubiesen estado esperando esa señal, generando así un funesto y macabro espectáculo, que acaba con mi mísera existencia.