Me tiene que bastar con la
escarificación de tus dedos en mi piel. Me tiene que bastar con el recuerdo de
tus ojos mirándome fijamente, y tu cara, mezcla de deseo, temor e incredulidad.
El recuerdo de tu leve asentimiento de cabeza cada vez que te besaba, y de tu
sonrisa de odio cada vez que emitías enfatizados descalificativos contra mí. Me
tiene que bastar con el rastro del tacto de tu piel, punteada en tu preciosa nariz
y sus aledaños pomulares.
Mientras aprendo lo imposible.
Mientras aprendo a ser sin ti, un
contrasentido para una relación simbiótica, un suicidio.
Mientras aprendo a olvidar sin
querer lo que significaba abrazar tu espalda bañada por un sudor que se
deslizaba como mis labios hacia tus entrañas. La expresión de tu rostro al
mínimo roce de mis dedos y la espectacular sensación que eso provocaba en mí.
Las alusiones teológicas a mi nombre antes de exhalar un penúltimo estertor.
Los arañazos en mi espalda y las marcas en tu cuello, como si fuésemos dos
animales que se guían por el instinto de alimentarse, de sobrevivir, de amarse
de forma ilícita, inhumana, prohibida. Y el último beso eterno que nos dejamos
en un andén maldito.
Todo esto, mientras me suelto del
clavo ardiendo que es estar sin ti.
Mientras sé que toda esta mentira
de olvidarte solo existe en un universo paralelo.
Mientras en éste, elijo quedarme
contigo.