sábado, 17 de noviembre de 2012

139 días


Imaginad un gato estúpida e incondicionalmente hipnotizado con una pelota. Ahora sustituid al gato por el pueblo español. Aplaudid.

El taxi rodea el estadio, no sin grandes dificultades, puesto que la muchedumbre abarrota los aledaños, y no cabe un maldito alfiler. Y por supuesto, la calzada está infestada. No es para menos. Es la final de la Eurocopa de Naciones, y los nervios están a flor de piel. Miles de aficionados al fútbol, italianos y españoles se agolpan cuales buitres carroñeros mientras esperan a que abran las puertas. Aún queda un rato largo para el inicio del partido, pero aun así, la gente no ha querido perder ni un minuto. Estoy convencido de que hay gente que debe de llevar dos días plantada en la puerta, como en esos conciertos multitudinarios de Justin Bieber. Un escalofrío me recorre la espalda. Es todo bastante repulsivo. Hay que joderse, cómo funciona la masa, el 90% de la gente está completamente aborregada, parece un ejército de zombies. Yo me considero un aficionado al buen fútbol, pero me parece que el halo de sectarismo que lo rodea es repugnante y demencial. El taxista no para de hablar emocionado del partido, a pesar de que es ucraniano y se la debería repampinflar. Chapurrea un pseudoinglés que no soy capaz de entender, aunque transmite de forma bastante clara su expectación. En cierto modo era normal, probablemente la modesta capital de Kiev no había vivido un ambiente así en muchísimo tiempo. Las calles se habían convertido en una fiesta “azzurra” y roja, era una ciudad viva. Yo no iba a ver el partido en el estadio, ni mucho menos. Iría a un bar a verlo con unos amigos. Residía en Kiev desde hacía unos meses, por temas de estudios. Había hecho algunos amigos españoles allí, que se encontraban en la ciudad por motivos de la misma índole que los míos, así que habíamos quedado para disfrutar del partido tomando unas cervezas. Sin embargo, ese maldito taxi parecía que no iba a conseguir jamás pasar por esa calle. “Ojalá pudiera volar”, pensé. En un momento dado, me harté y le dije al bonachón taxista que me bajaría e iría andando. Le pagué lo correspondiente al camino recorrido, y enfilé calle abajo, con la esperanza de no perderme. La calle estaba irreconociblemente bulliciosa. Me tenía que abrir paso con las manos, porque no había manera. En un momento dado, llegó a mis oídos un sonido tenue, casi imperceptible, pero no para una persona con mis capacidades sensoriales. Un maullido. Lastimero. Busqué la fuente de tan inquietante sonido, y cuando ya me encontraba apunto de desistir y continuar mi camino, la encontré: una pequeña y adorable bola de pelo se hallaba agazapada contra la esquina de aquel destartalado callejón. Me acerqué con cautela, pero cuando me situaba a una distancia suficientemente cercana, el felino, sin previo aviso, me propinó un fugaz zarpazo. Me fijé bien. Se trataba de una gata, era hembra aquel ser gatuno. “Pequeña pero matona, pensé”. Hice un par de intentos más de aproximación, con igual resultado. Si soy sincero, me sentía un tanto contrariado, puesto que no hacía más que soltarme zarpazos a diestro y siniestro, pero me daba la impresión de que lo hacía con una expresión burlona en la cara, una expresión similar a esto “:3”. Parecía una perfecta representación gatuna del sarcasmo. Me cayó bien al instante. Había algo en su mirada desafiante que me hacía pensar que nos podríamos llevar bien. Muy bien, de hecho. Y no me equivocaba. Han pasado 139 días de aquello, y creo que no pude tomar una mejor decisión que haber rebuscado hasta el hastío en aquel bullicioso callejón. España ganó 4-0 aquel partido y se hizo con el trofeo, pero yo gané mucho más. Miaow.

domingo, 4 de noviembre de 2012

Penitencia


A quien pueda interesar:

Me he sumido en las sombras y he emprendido un viaje sin retorno. No tratéis de salvarme, pues mi alma ya está perdida. Es un camino que he de recorrer solo, con la única compañía de mi martilleante conciencia, siempre presente, incansable. Creo que en cierto modo me odia, ya que se empeña en amargar todos y cada uno de los días de mi existencia. Me gustaría acallarla para siempre, pero el hecho de que conviva en simbiosis conmigo complica un poco las cosas.

El camino es lúgubre y en cierto modo siniestro, quizás por la inquietante quietud que habita en este pasadizo. El frío tacto del granito de las paredes contrasta con la calidez de mis manos. Debo de estar atravesando un proceso febril. Me mareo. Me detengo un instante para tomar aire y fuerzas, adquiriendo una posición de genuflexión para descansar. Al acercarme al nivel del suelo, un hedor nauseabundo, de podredumbre y muerte invade mis fosas nasales. Quizás sea algo metafórico y me halle sumido en un profundo sueño. Quizás se trate de un amargo simbolismo de lo que albergo en el interior de mi corazón. Hace tiempo que la esperanza murió para mí, y puede que sea su cadáver el que se está descomponiendo ahí dentro. En cualquier caso, basta ya de lamentaciones. Debo proseguir mi arduo e indeseable camino hacia la purgación. Me incorporo y de nuevo tomo una amplia bocanada de aire para proseguir. Es posible que cuando me adentre más en la oscuridad, no quede ya aire que respirar, así que disfruto de esa dulce sensación una última vez. Procuro no mirar atrás, ya que solo podría hallar desconsuelo y desasosiego. Mirar al frente tampoco va a servir de gran cosa, puesto que no veo nada más allá de mis narices, entre la negra oscuridad y la bruma que me rodea. Sin embargo, sé que ese es el camino. No hay otro. No hay vuelta atrás. Las sombrías garras del olvido me reclaman. He de continuar.

Firmado: un viajero errante.

lunes, 15 de octubre de 2012

Soñar

No habrá llanto en el mundo que pare guerras, no habrá pan para el hambre sobre la tierra, pero sí hay amor. Y eso no podrán robarlo.

Hoy estaba inspirado, así que he decidido que quizás fuese buena idea retomar el blog. Normalmente, suelo escribir cuando estoy deprimido, porque es cuando necesito expresarme, y es cuando más inspiración suelo tener. Hace un momento he escrito una carta de forma bastante fluida e inspirada, así que espero no haber gastado toda la motivación que tenía en ella. Sé que este blog lo leen cuatro gatos, porque por otro lado, tampoco deseo que sean más, y sé que llevo mucho tiempo sin escribir. Espero que los pocos lectores que tengo aprecien mi retorno. Y espero que me salga una entrada medianamente decente. Por otro lado, creo que será un escrito bastante personal, cosa que no suele ser costumbre, suelo ser bastante… etéreo. Allá vamos.

Escribo y reflexiono mientras escucho a Tosko. Es un descubrimiento reciente, pero es una de las cosas que más agradezco de las que me han pasado últimamente. Las cosas no han marchado demasiado bien, aunque bueno, ¿cuándo sí lo han hecho? Los que me conocen de verdad, saben que tengo un carácter… digamos inestable. Me cuesta encontrar la felicidad en las pequeñas cosas de cada día, y sin embargo me hundo con facilidad ante las frustraciones y las adversidades. Miro a mi alrededor y el mundo no me ofrece grandes expectativas ni esperanzas. Todo está absolutamente podrido, la sociedad se rige por unos valores que dan auténtico ASCO, con mayúsculas, y el más pintamonas es el que triunfa. En un mundo así, ¿qué cabe esperar? ¿Por qué debería albergar optimismo en mi interior? Cierto que, para ser justos, también debo decir que he conocido gente maravillosa en mi vida (escasa, pero la hay, que es lo importante, supongo), sobre todo en los últimos años. Esto no debe ser malinterpretado, hay gente que conozco desde hace mucho, y es muy importante en mi vida, pero quizás en estos últimos años, la he “redescubierto”. Por tanto, no digo que no aprecie mucho a mis amigos de toda la vida, o que no me alegre un montón cada vez que les veo (sobre todo porque eso sucede cuando se alinean todos los planetas). Son enormes personas también, pero me ha costado un camino pedregoso y lleno de desavenencias dar con ellas. Nunca tuve unas grandes dotes sociales, pero estoy orgulloso de una cosa: nadie consiguió que cambiase para obtener aceptación social. Me mantuve fiel a mí mismo, sufrí, quizás en exceso, sí podría haber tomado otra actitud ante las cosas, y ser más fuerte, menos mangoneable, tener una mayor determinación. Pero mi naturaleza me lo impidió, supongo. Digamos que los primeros años de mi vida social fueron mucho más difíciles en un plano de aceptación. Por contra, en los últimos tiempos, he tenido algunos desórdenes afectivos que han hecho que mi vida sufriese unas sacudidas bastante importantes que me han desequilibrado en sobremanera, a veces más que cualquier otra cosa antes. La relación con mi familia también ha sido siempre difícil, a veces no encontraba en ella el amparo que necesitaba en ciertas ocasiones. No se lo echo en cara, he sido muy difícil de tratar. Simplemente que me gustaría haber hallado una mayor comprensión y respaldo. Soñar es gratis, ¿no? Bueno, visto lo visto, quizás no por mucho tiempo. Miro hacia el futuro y lo veo tan gris… y eso por ser optimista y no verlo negro. Me considero una persona con una cierta profundidad emocional, pero sin embargo, bastante mediocre en muchos aspectos de mi vida, entre ellos, el plano académico. En los últimos años, quizás coincidiendo con mis desórdenes afectivos, quizás motivado por el cambio de aires que supone el salto a la vida universitaria, he tomado unos derroteros que no parece que lleven a un lugar muy prometedor. Mi rendimiento académico ha bajado hasta unos límites inverosímiles. ¿Por qué? Bien, como digo, creo que mi inteligencia, sin ser baja, se halla dentro de la mediocridad. Lo que hasta ahora me había empujado a seguir adelante siempre, era mi fuerza de voluntad, inquebrantable, esa de la que tan orgulloso estaba yo, estaba mi padre, y en fin, era mi seña de identidad. ¿Dónde te has metido, puta? Te necesito. En esos momentos en los que flaqueo, siento que no doy para más, que no llego, que todo el mundo a mi alrededor avanza, y yo me estanco, recuerdo los tiempos en los que me dejaba la piel para conseguir las cosas, y me pregunto qué fue de ellos. Era mi única arma, y ya no cuento con ella. Me avergüenzo de la inutilidad que he adquirido. Quizás sea solo una cuestión de mentalidad. Quizás baste con replantearme la situación y tomar medidas al respecto. Pero no sé cómo hacerlo… me siento engullido por mí mismo, por una parte de mí más bien, que me está autodestruyendo. He cambiado… yo me enorgullecía de haber permanecido fiel a mí mismo, y ahora he cambiado. No puedo permitirlo, sería como traicionarme, he de hacer algo. Pero… ¿qué? Eso es algo que aún debo averiguar, pero lo único que tengo claro es que no puedo seguir así.

Son las 3 de la mañana y yo sigo aquí, despierto, me levanto en 4 horas, pero lo cierto es que no tengo ningún sueño. Sin querer acabo de elaborar un juego de palabras bastante curioso. No tengo sueño de somnolencia, pero… ¿y si hablamos de sueños, de expectativas de futuro? ¿Se puede decir que tengo alguna? ¿Tengo alguna meta? Tal vez sea esa la clave. Tal vez tenga que establecer metas que cumplir para conseguir esa motivación, en busca de la cual me hallo. Tal vez sean metas a corto plazo lo más adecuado. Tal vez no, tal vez tenga que marcarme un objetivo a priori inalcanzable, e intentar llegar lo más lejos que pueda, sin frustrarme si no lo consigo, sabiendo que he hecho todo lo que podía. Soñar. Qué acción tan loable. Los sueños son algo tan bonito sobre el papel… Todo el mundo tiene sueños. “Quiero ser astronauta”, “quiero ser futbolista”, “quiero, quiero, quiero”. De todas esas personas que tienen un sueño difícil de conseguir, ¿cuántas son las que realmente lo consiguen? Creo que esas personas deberían ser un ejemplo de esfuerzo y superación para todo el mundo. Creo que deberían ser una referencia para cualquiera que se proponga algo y lo primero que piense sea “No, es que yo no puedo”. A la mierda, todo el mundo debería ser capaz de hacer lo que se proponga, no es justo que haya alguien que decida qué es lo que puedes y qué es lo que no puedes hacer. Pero, ¿qué es lo que realmente quiero hacer yo? Es que ese es el primer paso para tratar de conseguirlo. ¿Realmente quiero ser bioquímico? Creo que, sinceramente, ya escribo por inercia y porque en verdad no sé cómo terminar este escrito de manera que quede medianamente estético desde un punto de vista literario. Así que finalizaré diciendo que es un pedazo de mí lo que acabo de escribir ahora mismo. Como he dicho, es la entrada más personal que escribo hasta ahora, y parece una tontería, pero alguien que leyese esto, prácticamente podría conocerme. Y apenas son dos páginas de Word. Qué tontería, podría parecer que es imposible definir a una persona en tan poco. Pero esto es mi esencia, la he plasmado y aquí quedará.

A quien le interese.

Bless.


lunes, 20 de agosto de 2012

Estamos rayados

El odio es como el agua, llega a todas las costas, y los sentimientos son tapones que se pasan de rosca.

En esta sociedad fenotípica, en la que todo se basa en lo material, en lo que podemos ver y tocar, y no se contempla la profundidad que todo ello conlleva. Vivimos en una tremenda hipocresía en la que se dice que lo importante es el interior, que hay que seguir al corazón, que has de hacer lo que dicten tus sentimientos, pero realmente los sentimientos son algo bastante intrascendente cuando posees una mansión en Miami y un Porsche. A nadie le importa entonces lo que pienses o lo que sientas, eres un ídolo de masas por las posesiones materiales de las que dispones. Llegados a este punto, te sientes engañado, toda tu vida te han dicho que el dinero no da la felicidad, y tú te lo has creído. Pero, ¿es realmente cierto? ¿No es cierto que el dinero puede suponer y supone una importante fuente de felicidad? Es una reflexión muy interesante que yo creo que todo el mundo se ha hecho alguna vez en su vida. “¿Y si fuera rico?”. “¿Y si fuera famoso?”. No nos engañemos, todo el mundo ha soñado con ello alguna vez, pero la gran mayoría de la gente es conformista, y esas aspiraciones se quedan en eso, aspiraciones. Estudias tu carrera porque es lo que te dicen que debes hacer, haces un Master, porque claro, te abrirá muchas puertas. Un doctorado, una tesis y bla bla bla. ¿Para qué? Para que llegue un niño de papá enchufado y te quite el puesto de tus sueños. Así es como acabas trabajando en cualquier cosa que podrías haber hecho sin tener ni siquiera el Bachillerato. Aun así, tú te dices a ti mismo: “No, yo voy a ser feliz, cueste lo que cueste”. Bien. ¿Y qué haces para ello? Estudias aún más para intentar conseguir un puesto “medio decente”, que a pesar de todo, no hará justicia a todo lo que te has esforzado en tu vida. O bien, te pluriemplearás de una manera exagerada hasta que tengas que medir el tiempo entre respiración y respiración para que te cuadren los horarios. Y esto, de nuevo, ¿a qué nos lleva? A amasar dinero para conseguir esa supuesta felicidad. ¿Dónde está ahora eso de los sentimientos, y que el dinero no es importante? ¿Se lo ha llevado el viento? En mi opinión, el ser humano es avaricioso por naturaleza y nos esforzamos por intentar negarlo, porque eso está considerado como una cualidad mezquina. Y en cierto modo es así, pero por otro lado, creo que se trata de un instinto de supervivencia, el dinero solo es como el seguro de vida que nos va a facilitar la subsistencia y el que podamos transmitir nuestros genes, que al fin y al cabo, es el objetivo vital de cualquier especie. Pero todo esto, ¿realmente da lo que llamamos felicidad? Pasar 14 horas al día trabajando para tener dinero suficiente para poder vivir con ciertas comodidades, ¿es felicidad? Hm, pues hay un punto que no tengo demasiado claro, y es que, en esos días de 14 horas laborales, ¿en qué momento vives? Para gozar de esa felicidad tan ansiada, habrá que disponer de tiempo, ¿no? Por tanto, pongámonos en el supuesto de que el dinero no da la felicidad. Entonces, ¿qué la da? Volvamos al punto de los sentimientos. Si nos ponemos a pensar en ellos, enseguida nos vienen a la mente la amistad, el amor, etc. Pero hagamos una reflexión más profunda. ¿Cuáles son los sentimientos, que, cuando se presentan, lo hacen con mayor fuerza o se hacen notar más? Vale, sí, el amor te proporciona un estado de “atontamiento”, que no sabría definir como algo bueno o malo, supongamos que es bueno (siempre que sea correspondido), y esa sensación, suele ser bastante fuerte. Pero, ¿qué hay del miedo o del odio? En mi opinión, esos dos son los sentimientos más potentes  que una persona puede experimentar, los que tienen un mayor grado de intensidad en su máximo exponente. ¿Por qué? Bueno, en el caso del miedo, se trata de algo instintivo, más que un sentimiento. Es una cualidad evolutiva, que resulta bastante útil, ya que los sensatos suelen tener un mayor índice de supervivencia que los excesivamente envalentonados. Ojo, es algo útil en su justa medida, los demasiado cobardes tampoco tienen un gran éxito en cuanto a la supervivencia se refiere. Esto es un poco aristotélico, la virtud se encuentra en el punto medio. Pero volviendo al tema de interés, el miedo, como digo, es un sentimiento útil, pero está considerado como algo malo. A nadie le gusta estar asustado, tener miedo de algo, porque eso significa que algo va mal. Precisamente esto es lo que digo, el miedo, que es algo que nos asola con tanta potencia, viene provocado por “cosas malas”. Ahora hablemos del odio. Muchos dirán que el amor puede con todo, y que es más fuerte que el odio. Yo discrepo. Para esto hay que aclarar un par de puntos. En primer lugar, el odio es fácil de definir, porque es algo visceral, también es algo casi instintivo, aunque tiene un componente de consciencia que en el caso de los animales, no existirían. Un animal, no odiaría a otro, solo se enfrentaría a él si supusiese un peligro para su supervivencia, y no tendría un patrón racional para profesarle ese odio. Nosotros sí. Somos capaces de odiar a una persona sin tener realmente motivos suficientes para hacerlo, y eso nos convierte en muchas ocasiones en una raza despreciable. Pero el caso es que el odio creo que resulta fácilmente definible. ¿Y el amor? ¿Qué es? ¿Cómo se define? Sinceramente, yo, no lo sé. He tenido largas, intensas, y generalmente infructuosas conversaciones acerca de este tema, y digo infructuosas porque nunca he llegado a sacar nada en claro, y cuanto más he hablado de ello, más confuso me resultaba. Ahora bien, he de aclarar que sí creo en él, sí creo que existe, por más que ciertas personas se dediquen a llamarlo de otra forma y ocultarlo bajo pseudónimos (especial dedicación a CSC). Es decir, se trata de algo muy difuso, complejo. Y en cualquier caso, tiene connotaciones positivas y negativas, de las que no entraré a hablar porque me estoy desviando mucho del tema. La conclusión a la que quería llegar con esto es que, si los sentimientos negativos son los que nos afectan con mayor intensidad, creo que tampoco sería correcto decir que la felicidad reside en los sentimientos. Por lo tanto, estoy exactamente igual que al principio, pero al menos me he desahogado :D. Sí, estoy rayado.


sábado, 9 de junio de 2012

Al final del túnel

Últimamente no escribo,
me limito a ver pasar el tiempo
y si surge algún problema, yo simplemente lo esquivo.

Estoy muy negativo,
porque casi lo único positivo
que en mi vida ha sucedido en el último año es seguir vivo.

El rap está podrido
mi corazón se suicidó y mi LP en el olvido,
por culpa de un sello de incompetentes
que recuperó lo invertido
con casi 2000 copias que he vendido,
casi 2000 amigos, cuyas caras no conozco
y por quienes reconozco que aquí sigo.

Tú serás testigo de que entregaré el testigo
de mi rap al que capaz sea de poner en la azotea
de un bloque de su ciudad lo que digo.

Este rap el motivo,
la paz como objetivo, al menos en mi interior,
porque este dolor me ha convertido
en un chico problemático sin amor,
en un muchacho incomprendido,
solamente enamorado de nuevo del rap hardcore.



Un nuevo día, el mismo son, la misma mierda,
la misma guerra en esta tierra de injusticia
cada día más alcohol, cada día menos pericia
para salir del laberinto en el que espero no me pierda,
cada día más a ritmo caracol, más pereza
menos ganas de tirar de la sábana
de ponerme la camisa y de estrenar cada mañana una sonrisa
cuando en mi corazón estalla la tristeza y mi cabeza
no es capaz de escapar de este bajón
con el que yo mismo me daño
y de alcanzar la paz y la tranquilidad
que con firmeza me otorgaba antaño el don de la destreza
como abrigo.

Hey amigo si quieres la solución a los problemas ven conmigo,
si quieres cambiar el mundo, ven escucha lo que digo,
si todavía tienes fuerza y esperanza yo te sigo.(x2)

Todos los días son iguales, nada mejor hay
cada vez mi alma se siente más vieja,
sin un ángel alado que me cuide y me proteja,
sin una amiga al lado que me quiera esa es mi queja
hoy comprendí la moraleja: que estuve solo
sigo solo y solo seguiré contemplando al mundo tras esta reja,
mi corazón quedó encerrado en el olvido,
atormentado por lo que ha vivido ya,
solo queda contemplar que es imposible a diario,
en cada ocasión aguantar tanta presión
y evitar la depresión que produce la tensión
de ver entrar por la puerta de tu casa la pobreza es,
una triste situación la de ver en su habitación
a tu madre secarse las lágrimas
porque tu padre trajo nóminas que no hicieron honor
al sudor que siendo tinta habría escrito tantas páginas.
Zenit, ¿te imaginas?: un mar de rosas bañando
el camino por el que caminas.

No, no lo imagino. Solo veo la luz al final del túnel,
cuando el hip hop de mis cascos me acompaña en el camino,
que me hace pensar que domino mi sino
y que a pesar de este pesar puedo besar mi destino
y puedo cesar a este César tan cretino,
que ocultó hacia la luz el camino cuando asesinó mi bienestar, son
recuerdos por los que se fueron por los que tuvieron
la fortuna de conocerme en una época de calma,
en la que la luna trajo la verdad a mi alma,
en la que tener en paz el karma fue mi abrigo.


Hey amigo si quieres la solución a los problemas ven conmigo,
si quieres cambiar el mundo, ven escucha lo que digo,
si todavía tienes fuerzas y esperanza yo te sigo.(x2)

El despertar un 10 de Mayo abrió mis ojos,
aunque quedaron rojos a causa de tanta luz,
una luz de gratitud fue la cara tras la cruz
que provocó que de repente me olvidara de mi enojo,
un poco de amor cual parapente frenó mi caída
y salvó mi vida disponiéndola a su antojo,
todo cambió y volví a ser el ombligo de mi mundo
en 1 segundo la felicidad de nuevo fue mi abrigo.


Hey amigo, si quieres la solución a los problemas ven conmigo,
si quieres cambiar el mundo, ven escucha lo que digo,
si todavía tienes fuerza y esperanza yo te sigo.



jueves, 5 de abril de 2012

Crepitaciones

Luego irá a más, basta ya de tramas y de dramas, adiós a los problemas, no quiero vivir más.

Me siento autodestructivo. Es un hecho. No es la primera vez ni será la última. Lo cierto es que estaba tardando en hacer una entrada con esta canción, dado que hay pocas que me hagan sentir tantas cosas como esta. Me resulta tremendamente inspiradora en ocasiones, y aunque parezca mentira, en cierto modo me sube el ánimo. Parece algo paradójico, ya que se trata de un tema completamente pesimista, pero no me preguntéis por qué, es así. Vamos allá.

Observo con detenimiento la esbelta cerilla que sostengo entre mis trémulos dedos índice y pulgar. Asemeja ser algo inofensivo, pero es un arma de destrucción potencial. Solo necesita de un buen medio de propagación y, no necesariamente aunque ayudan, unas intenciones de dudosa integridad. Un tímido y fugaz aunque veloz roce, sería capaz de provocar unos estragos más que considerables. Todo se iniciaría con una delicada llama que se balancease juguetona sobre esa pequeña astilla con componentes fosfóricos, hasta poder llegar a convertirse en un monstruo de colosales proporciones que devorase todo lo que encontrase a su paso sin tener la más mínima piedad. La delicada llama podría saltar con un grácil brinco hacia las inflamables cortinas, que, de forma muy amable y cortés, no dudarían en proporcionarle a aquella tímida llama, unos cuantos cientos de compañeras con las que interaccionar, fusionándose en un terrible espectáculo pírico, que no tardaría en propagarse a los temblorosos muebles de madera, que a su vez prorrumpirían en una brutal llamarada de vivos colores cálidos. Mientras tanto, yo observo impasible la escena, con una copa de buen ron en la mano, sentado en una confortable butaca de cuero que recogí hace ya unos años del contenedor de debajo de mi casa. Es increíble lo que tira la gente que se cree rica. Pero en fin, no es mi problema, de hecho es una ventaja para mí, que soy un oportunista. Las llamas siguen extendiéndose mientras yo me hallo sumido en profundos pensamientos sin salida. Ya han envuelto casi la totalidad de la estancia, así que me relajo y disfruto del momento. La calidez de las llamas besa mis mejillas, mientras espíritus emergidos del averno danzan de forma satírica y espeluznante en torno a mi lecho. Las crepitaciones se hacen notar cada vez más cerca, y yo siento el ferviente aliento de la muerte acechando. El olor a chamuscado me produce un placer inexplicable, mientras mi cuerpo se prepara para el fatal desenlace. Las llamas ciernen cada vez más su cerco sobre mí, como una manada de lobos hambrientos, impacientes por abalanzarse sobre su frágil presa. Por un instante, observo al fuego con mirada desafiante, esa mirada del loco que se sabe perdido pero que no teme a la muerte. Por último, la primera de las llamas, la más intrépida de ellas y que perfectamente podría tratarse de aquella tímida llama que temblaba en la cerilla, espoleada por el rugido de sus cientos de miles de compañeras, toma la delantera y se precipita sobre mí. Solo es cuestión de milésimas de segundo que las demás hagan lo propio, como si hubiesen estado esperando esa señal, generando así un funesto y macabro espectáculo, que acaba con mi mísera existencia.


sábado, 31 de marzo de 2012

Aciago miércoles

               Ya perdí mil primaveras y el orgullo por buscar en otros ojos la luz que tienen los tuyos.

Tiempo veraniego en los tempranos inicios de la primavera, que llegan arrastrándose reticentes desde el final del invierno. Mal presagio. Me pregunto si el mundo se estará volviendo loco o si nosotros estamos volviendo loco al mundo. Los mayas vaticinaron que a finales del presente año se produciría el temido fin de este nuestro mundo. Pero, ¿y mi mundo personal y particular? ¿Tiene la misma fecha de caducidad? No, claro que no. El muy estúpido, desorientado, se ha anticipado mucho más de lo que debía al gran acontecimiento (siempre tan impaciente) y tenía ya grabada su propia inscripción en una funesta lápida, contra la cual recibió un impacto de dimensiones titánicas, que le hizo perecer en el acto. En la inerte lápida se podía distinguir una fecha de inicio, de hará unos pocos meses, y una fecha de final, que se correspondía con un aciago miércoles de finales del mes de marzo. No sabemos ni cómo ni por qué el caprichoso destino decidió que esta era una buena fecha para jugar a destrozar vidas. Pero no, estoy siendo demasiado catastrofista, el destino no acabaría de un plumazo con mi vida, puesto que disfruta divirtiéndose a costa del sufrimiento ajeno. Se trata de un ser satírico y carente de escrúpulos, dispuesto a alcanzar el extremo que sea necesario para joderte, sin llegar a destruirte. Por lo tanto, no os asustéis, sé que os he podido alarmar relatándoos el fatal desenlace de la existencia de mi mundo. Sin embargo, no se trata de la totalidad de mi alma, tan solo un fragmento. Un fragmento cargado de sueños, ilusiones y esperanzas, que ha sido extirpado de mis entrañas de manera brutal, dejando un latente y doloroso espacio que jamás podré volver a llenar. Un fragmento que, tras sufrir un tremendo varapalo emocional, ha sido extirpado por el bien del paciente. Al menos eso fue lo que dijo el médico que llevó a cabo la operación. Sin embargo, el doctor Frustración nunca fue santo de mi devoción, y para mí sus palabras tienen una credibilidad de dudosa fiabilidad. Me observa con su mirada fría, mientras con una hipócrita sonrisa me insta a tranquilizarme, alegando que no está en mi mano hacer absolutamente nada, que me resigne a mi sino, que no luche, que deje morir a ese fragmento en paz. Sin embargo, por mucho que asegure que a partir de ahora podré llevar una vida normal, como se dice en esos casos, mi orgullo insiste en no creer sus palabras. Ese fragmento que para él no significa absolutamente nada, para mí lo es todo, es mi vida, sin él estoy muerto, por mucho que el doctor se empeñe en mantenerme con vida de forma artificial. ¿De qué te sirve vivir, si no tienes motivos para hacerlo? Absolutamente de nada. Arranco con rabia la lápida que me sentenciaba a permanecer como un muerto viviente durante el resto de mi existencia, destapando así el tarro de las esencias de mis sentimientos. Duelen, sí, se clavan como diminutas pero expertas dagas en lo más profundo del corazón. Pero he de ser fuerte. Por mí. Con un hálito inspirador procedente de la paz interior que acabo de adquirir, reúno las fuerzas necesarias para blandir la lápida recién extraída de la fértil tierra de la soledad contra el doctor Frustración, que cae fulminado en el acto. Un sentimiento de triunfo recorre mi cuerpo, cual droga suministrada por vía intravenosa. Sin embargo, en seguida comienzo a desfallecer. Maldición. El doctor Frustración guardaba celosamente mi amor en lo más profundo de su corazón, y al acabar con él, también he destruido la pieza clave de mi vida, la piedra angular que lo mueve todo. Se ha ido. Se ha desvanecido. Para siempre. La sensación de impotencia no tarda en llegar, y frías lágrimas afloran a mis ojos como pequeños témpanos gélidos. Quizás no son tan frías, pero la sensación glacial me invade de todos modos. De repente, es como si el vacío que se había asentado en mi interior, se estuviese expandiendo, devorando cada pedazo de mi ser, y creciendo a pasos agigantados. En ese momento me doy cuenta de que todo está perdido. Creía haber ganado a Frustración, pero nada más lejos de la realidad. No hay nada que hacer. De hecho, lanzo una mirada de soslayo al maltrecho cadáver del doctor y en su tez se intuye una mueca burlona que parece decir “te avisé”. Me derrumbo, cual chiquillo llorón, impotente porque no puede conseguir sus deseos. Aunque me ahorro la pataleta. El amor se fue y nadie pagó su rescate. Soy consciente de ello. Sentiría dolor, pero el resto de mis sentimientos se han perdido con el más importante de ellos, como apóstoles fieles a su mesías. Lo que más me dolería de poder sentirlo, es que sabía que esto ocurriría. Lo sabía y aun así lo dejé pasar, lo sabía y dejé que sucediese, lo sabía y dejé al destino salirse con la suya. Siempre me quedará una luna muda, o al menos eso dice Sharif. Miro al cielo, pero es pleno día, idiota de mí, ¿como pude esperar ver la luna? Es esa misma torpe e inútil inocencia la que me ha llevado a este punto. Mis vanas esperanzas infantiles, creyendo en algo que no tiene ningún sentido, y que solo generan a largo plazo terribles ansias de autodestrucción. Me pierdo en estas reflexiones mientras las cuencas de mis ojos sostienen una mirada completamente vacía e inexpresiva. Las lágrimas ya no fluyen, no sé si porque me he secado por completo o porque en mi interior he comprendido que de nada sirve llorar. Fui tonto, caí en las redes sibilinas de unos sentimientos que no me convenían. Y estos me devoraron sin dejar ni rastro. No puedo evitar sentir una tristeza indescriptible. Ni siquiera. Trato de sentirla, pero tampoco poseo ese sentimiento. Soy un recipiente vacío, un envase corpóreo para un alma que decidió marcharse para no volver.

Es tarde, toca clase de Genética y no puedo permitirme perdérmela.


lunes, 5 de marzo de 2012

Desesperación

                Hay veces en la vida que no se puede, que la toalla se tira y ya no se puede.

¿Cuántas veces la puede cagar una persona? ¿Cuántas veces puede tropezar y levantarse una y otra vez hasta que llega un momento en el que ya no es capaz de levantarse? Lo pregunto, más que nada, porque es muy probable que haya llegado ese momento. Y es que cuando tocas fondo tienes la sensación de que el mundo es ajeno a ti, ya nada importa. No importan las obligaciones, no importa la gente que te rodea, no importa absolutamente nada. Y llegados a ese punto, ¿ahora qué? Se trata de una importante dicotomía, ya que no tengo la posibilidad de levantarme, mis piernas me han fallado ya, se podría aseverar que soy un parapléjico emocional, incluso tetrapléjico emocional me aventuraría a decir. Muchos me dirán: “la culpa es tuya, por haberte permitido a ti mismo llegar a ese punto”. Y la verdad es que tendrán razón, pero eso, en mi situación, no me aporta ninguna ayuda. Además, ¿acaso no somos humanos? ¿Acaso no es el ser humano el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra? Evidentemente, lo de dos veces es un decir, sería más apropiado sustituirlo por dos millares de veces. Pero nos estamos metiendo en cuestiones puramente técnicas. La situación es la siguiente: me hallo tendido en el suelo, sin ningún tipo de fuerza motriz que pueda alzar el peso muerto de mi cadáver espiritual, soy como un muñeco de trapo en las garras de la apatía. De pronto, noto cierto cosquilleo en las piernas. Es imposible, sé que no me responden, no puede ser, deben ser imaginaciones mías. Sin embargo, para mi sorpresa, una orden cuasi involuntaria de mi cerebro provoca un espasmo en mi pierna izquierda, y luego otro en mi pierna derecha. Mis piernas se mueven, no estoy parapléjico, entonces ¿cuál es el problema? Ante este nuevo y esclarecedor descubrimiento, trato de volver a ponerme en pie. No lo consigo. Maldigo con furia y me pregunto qué es lo que no marcha, por qué no soy capaz de levantarme. De repente me doy cuenta. Las piernas no eran el problema. Nunca lo habían sido, ahí seguían, fieles y leales compañeras. Es el pecho. Una fuerte sensación de angustia y desasosiego se aferra a él, y me asombro sobremanera del peso que posee dicho sentimiento. De hecho, es tal, que la sensación es la de tener un yunque sobre la caja torácica, oprimiéndome los pulmones e impidiéndome respirar con normalidad. Parece que me encuentro anclado al suelo con una chincheta gigante imaginaria, la cual han clavado a conciencia atravesándome el esternón. ¿Entonces es el fin? ¿Se acabó? ¿Es esto todo lo que doy de mí? Malgasto todas mis últimas energías en luchar contra esa fuerza sobrenatural que aprieta cada vez más, ahogándome poco a poco. Definitivamente, aquí termina el juego.

lunes, 27 de febrero de 2012

Chapeau


                Las tías que van de tías tienen ese inconveniente muchas veces.

Paladeo divertido cada palabra, cada sílaba de esta ingeniosa frase. Supongo que querréis saber a qué viene, a cuento de qué, y de dónde carajo me la he sacado. Pues bien, es una de las frases dotadas de mayor autenticidad que he escuchado últimamente, y claro, esto se debe a que procede de una de las personas más auténticas que conozco (por no decir la que más). Es una personita increíble, que a veces no se tiene en muy alta estima, y a mí, sinceramente, me dan ganas de agarrarla de la nuca y empotrarla repetidamente contra el quicio de una puerta. Y sí, utilizo esta palabra porque viene al dedillo, ya que muchas veces consigue sacarme de quicio. Y es que a pesar de eso, no sé cómo ni por qué, este ser del inframundo ha conseguido calar muy muy hondo en mi vida, llenando algunos espacios, vacíos previamente, con sus puyas, sarcasmos, gilipolleces, y toda suerte de paridas que hacen que el día a día valga de verdad la pena, que cobre sentido, y que consiguen arrancarme siempre una sonrisa aunque no me encuentre en mi mejor momento. Porque sinceramente, ahora mismo no sabría qué hacer sin ella (bueno, ni ella sin mí tampoco, que no se lo crea mucho). Porque la verdad es que creo de verdad que no hace falta una relación de años para llegar a trabar una preciosa amistad. Y porque, sencillamente, la quiero…

                CSC.



viernes, 27 de enero de 2012

Nada y todo


Mentalmente más hecho una mierda que nunca, micrófono y lágrimas no combinan, me electrocutan.


Nunca había sido muy de mi agrado Sho Hai, pero escucharle cuando estás jodido en cierto modo te sube la moral. Sé que puede sonar algo estúpido, porque se basa en el manido precepto “mal de muchos, consuelo de tontos”, pero ver que hay un tío tan pesimista te hace replantearte ciertas cosas. Así que cuando me puse a escucharlo más en serio, me di cuenta de que sus letras son increíbles. Sus canciones no te llaman la atención por lo “gordas” que suenen o por la buena base que tengan, pero el mensaje que transmiten en referencia a la vida es de gran dureza, plasma tal angustia que es imposible que deje indiferente a ninguna persona que se detenga a escucharlo un instante. Por ello admiro a este hombre, es capaz de transmitir unos sentimientos que no son fáciles de expresar, y eso le hace grande. Por eso, esta entrada es un homenaje al maestro Sho Hai.


Recupero la consciencia por el efecto de repetidos golpes en mi cara. Sin duda alguien estaba tratando de sacarme de mi trance. Y lo ha conseguido. Estoy completamente abotargado, tengo toda la cara dormida, la sensación es exactamente la misma que al salir del dentista, solo que en lugar de sabor a desagradables productos químicos, el sabor que inunda mi cavidad bucal es el de los más de 4 litros de cerveza que me acabo de beber sin vacilar y sin apenas darme cuenta. Probablemente eso es lo que ha provocado mi desmayo encima de esa sucia y cochambrosa barra de bar, que de hecho no me resulta nada familiar. Miro a mi alrededor, ¿dónde estoy? ¿Qué sitio es este? ¿Realmente me acabo de desmayar o llevo horas ahí tirado? De repente caigo en la cuenta de que hay una decena de miradas clavadas en mi persona, en primer lugar la del dueño del local, que es quien me ha reanimado a base de guantazo. Es el típico cincuentón, gordo, rozando la obesidad, y con una incipiente calva que apenas dejaba por piedad, tres pelos mal colocados sobre su cuero cabelludo. La expresión de su rostro refleja una mezcla de aversión y preocupación, aunque esa preocupación se debe al miedo a que caiga muerto en cualquier momento, porque no es agradable tener que recoger un cadáver del suelo de tu negocio. Temo que en cuanto sea capaz de tenerme en pie un solo segundo, me va a expulsar del lugar de una forma poco educada. ¿Cómo me he permitido llegar a esta situación? ¿Qué me llevó a embarcarme en un viaje sin retorno hacia el coma etílico, que por fortuna para mi persona, se vio interrumpido? Intento despegar los labios para pedir disculpas al hombre, que espera impaciente mi reacción, pero lo único que sale de mi maltrecha boca son balbuceos sin ningún sentido aparente. Recorro fugazmente con la mirada cada uno de los rincones de aquel tugurio en busca de alguna cara conocida. Evidentemente, no la encuentro, he venido solo a conciencia, quería enfrentarme cara a cara con mis problemas, aunque ahora dudo de que ese fuera el mejor método para hacerlo. Además, nunca se me ocurriría venir a un lugar así de lúgubre, destartalado y desangelado como aquel a pasar una agradable tarde con los colegas. Solo podría haber desembocado en una situación así si mi propósito fuese el de acabar con mi vida, o al menos, con el 90% de mis neuronas. Aunque no he conseguido exterminar tal cantidad, sí que debo haber perdido unas cuantas, porque efectivamente, no recuerdo absolutamente nada de las últimas horas. Cuántas son las horas que navegan en mi laguna del olvido es un misterio, pero son más de una y más de dos, eso seguro. No sin cierta dificultad, atino a mirar el reloj. Son las 5 de la mañana. Con razón el cabreo reflejado en la cara del hombrecillo es notable, hacía 1 hora que tendría que haber cerrado y se podría haber largado a su casa, pero ahí estaba yo, un objeto inerte al que seguramente hubiese dejado tirado sin problemas y se habría largado, pero cuando me desmayé debió armarse bastante barullo, por lo que no le habría sido fácil convencer a los testigos de que la mejor opción era dejarme morir. Alguien debió llamar a la ambulancia, a la policía e incluso a los bomberos, porque todas las miradas que había notado que estaban clavadas en mí, pertenecen a personal de emergencia, que observan la escena con cierta parsimonia. No sé en qué momento habrán llegado, pero posiblemente habían presenciado la somanta de bofetadas que me había propinado el amable dueño del bar. ¿Por qué le habían dejado? ¿Era así como procedía ahora el personal sanitario? El intento de reconstruir los hechos recientes me ha costado una jaqueca monumental, y ahora siento como si me fuese a explotar la cabeza. Si el buen hombre rechoncho del bar fuese consciente de que posiblemente estaba a punto de esparcir mis sesos por su local, probablemente no seguiría “manteniendo la calma”, si se podía llamar así a la mirada de hostilidad que me seguía dedicando. Es más, si hubiese sabido la que le esperaba conmigo, jamás me hubiese dejado pisar su establecimiento. Pero ahí estaba yo, mostrando una patética imagen de mi persona, que antaño fue reconocida y respetada por esta sociedad con valores de dudosa honestidad. Pero eso se acabó. Poco a poco empiezo a recordar. ¿Sería eso lo que me había llevado hasta ahí, la ruina en la que se había convertido mi vida? ¿O había sucedido algo en las últimas horas que había funcionado como detonante de la bomba de relojería? Un recuerdo se va abriendo paso en la densa neblina que se había asentado en mi cabeza. No es un recuerdo bonito. De hecho es un recuerdo espantoso que hace que me estremezca. Mis ojos se abren de repente como platos, lo que debe ser advertido por todos los presentes, porque reaccionan con exclamaciones de asombro. Empiezo a gritar cosas incomprensibles para cualquier persona humana. Tengo los ojos inyectados en sangre y la mirada perdida, que, acompañada de una expresión de terror absoluto en mi rostro provocaría escalofríos en el más valiente bravucón. En un alarde de locura, agarro una de las botellas de las que había estado bebiendo desenfrenadamente escasas horas antes, y con una fuerza no propia de un hombre de mi complexión, la estrello contra mi cabeza, haciendo que estalle en mil pedazos. Quizás debería haberlo hecho desde el principio, y habría ahorrado esa escena tan lamentable. Al final parece que el simpático señor, sí tendrá un cadáver que recoger.


lunes, 23 de enero de 2012

Amor

Solo con mirarte ya te intuyo, es de estar sin ti de lo que huyo.

Recibo en mis fosas nasales el penetrante olor de su perfume acaramelado, que es arrastrado por el incesante viento. Se ha ido. Las sábanas de mi cama guardan recuerdo de su efímera presencia, una presencia dulce pero al mismo tiempo insípida, debido a la brevedad de la misma. Apenas han transcurrido unas horas desde aquel mágico momento que rozaba el misticismo. Pero se ha ido. Trato de poner en orden mis pensamientos mientras voy reconstruyendo en mi cabeza la secuencia de acontecimientos de tan maravillosa noche. Es temprano, apenas las 6 de la mañana. Pero se ha ido. ¿Qué ha sido de aquellas sensaciones extasiantes que provocaron en mí un estado de embriaguez inducida en el que la felicidad más absoluta semejaba ser un consuelo de desdichados? Se han ido. Desde el mismo instante en el que mi piel rozó sus delicadas facciones, fui consciente de la fuerza de la naturaleza que se apoderaba de mi ser y que embotaba todos mis sentidos. La amo. Con todas mis fuerzas, aunque cualquier persona cabal diría que mi locura no conoce límites, pues se trata de una absoluta desconocida, y que mis desvaríos son de unas dimensiones cuanto menos, esperpénticas. Pero se ha ido. Mi desolación es cercana al infinito, ¿la volveré a ver alguna vez? Si es así, ¿cuándo se dará esa circunstancia? ¿Cómo ha conseguido esa mujer atraparme en las finas redes de su embrujo, de las que no hay escapatoria posible y en las que quedaré confinado hasta el fin de mis días? Todas son preguntas de las que no soy ni seré nunca capaz de obtener las respuestas, ya que solo ella tiene la llave del baúl en el que estas se encuentran. Pero se ha ido. ¿Acaso ha huido en busca de los cálidos abrazos de otro ser susurrante que agasaja con palabrería barata? ¿Qué he de hacer para lograr secuestrar su amor perdido y mantenerlo recluso en mi corazón? ¿Cuál es el secreto para dar muerte a mi interminable soledad, y sepultarla bajo la pesada losa del olvido? ¿Cuál es el precio a pagar para tener derecho a amar y a ser amado?

martes, 17 de enero de 2012

Provechoso día

Creo que a partir de ahora, si no en todas las entradas, en muchas pondré al principio una frase que me mole. Ahí va la de hoy:

                Que armarse de valor es el mejor escudo para hacerse fuerte.

Despierto sobresaltado con el ruido de un portazo. Miro a mi alrededor aún desconcertado y con los ojos anegados en legañas. Empiezo a situarme, pero tardo unos segundos en darme cuenta de que estoy en mi cama, en mi habitación, en mi casa. Unos pocos segundos más transcurridos me bastan para caer en la cuenta de que me encuentro solo, la casa está vacía a excepción de mi persona, por lo que el portazo ha debido ser fortuito, seguramente provocado por la corriente de viento, ya que las ventanas de la habitación están abiertas de par en par. ¿Qué carajo hacen las ventanas abiertas en pleno mes de febrero? Estoy tiritando. Me apresuro a cerrarlas. Todos los habitantes de la vivienda tenían hoy cosas que hacer, e iban a estar fuera todo el día. Todos menos yo. ¿Qué hora era? Miro el reloj. Marca las 12:32. Parece que me he pasado un rato más de la cuenta entre los brazos de Morfeo. Me visto sin ser aún muy consciente de mis actos. La casa es grande, y la quietud y el silencio provocados por la ausencia de personas me producen escalofríos. Otro portazo al final del pasillo provoca que el corazón me dé un vuelco. Decido cómo aprovechar mi tiempo mientras me tomo un café con rosquillas y miro fijamente a la pared de la cocina con una expresión vacía en el rostro. Me doy cuenta de mi ensimismamiento y salgo de él. Debería hacer algo provechoso, pero ¿qué? Me rasco la cabeza pensativo y miro al fondo de la taza de café. Es increíble lo bien que refleja. Debería afeitarme, la barba empieza a ser impresentable. Se me ocurre una idea: saldré a la calle y cogeré el primer autobús que vea, de la línea que sea, y veremos dónde me lleva. Seguro que podría salir algo interesante de ese “viaje”. La sola idea de tener que bajar a la calle produce en mí una pereza inmensa. Optaría por encender la televisión, pero la basura que echan cada vez es más despreciable y tengo un cierto aprecio a mis neuronas como para asesinarlas a todas de un plumazo. Decido que lo mejor que puedo hacer en este momento es asomarme a la ventana para pensar. Eso siempre me relaja mucho, es una de mis actividades caseras favoritas. Me asomo y respiro un gélido aire invernal que inunda mis pulmones y me llena de vida. Es una muy buena sensación. Sin embargo, hace más frío del que yo creía para pasar ahí demasiado rato, así que después de disfrutar durante un breve periodo de la brisa externa, me vuelvo a enclaustrar en mi jaula de paredes de gotelé. Cada vez tengo menos ideas sobre lo que hacer con mi vida en este día que parece pensado para ser desperdiciado, hora tras hora, minuto tras minuto, segundo tras segundo. Hace ya una hora que me levanté y sigo sin saber qué hacer. No llegará nadie a casa hasta ya entrada la tarde. Me desvisto y me vuelvo a meter en la cama con una sonrisa dibujada en los labios.

lunes, 16 de enero de 2012

Una mirada


Una mirada no dice nada, y al mismo tiempo, lo dice todo.

Escucho a Xhelazz en el reproductor de música de mi móvil mientras espero en la parada del autobús. Los cascos son un absoluto despropósito, y me hacen daño en la oreja, pero es un mal necesario. Escuchar las cosas que dice ese gran filósofo de Zaragoza siempre me hace reflexionar sobre la vida. Miro a la gente que hay a mi alrededor. En la parada, una pareja de ancianos despotrica contra el servicio de transporte público, alegando que son una vergüenza los tiempos de espera que tiene esa línea de autobús. Reflexiono sobre el sentido de la frase. No puedo más que estar completamente de acuerdo con ellos, a mí también me empieza a cansar esta situación, máxime cuando voy con prisa, ya que llego tarde a clase. Pero como no puedo hacer nada más que esperar, pues es lo que hago, esperar. Sigo mirando a mi alrededor. Padres llevando a sus hijos al colegio, personal del servicio de limpieza de la comunidad patrullando mientras desempeñan su labor con eficacia. Siempre fui muy empático, y no soporto cuando la gente tira algo al suelo sin pararse a pensar que habrá otra persona que lo tendrá que recoger porque el esfuerzo de alcanzar una papelera es demasiado grande. Son cosas que me exacerban hasta un punto que seguramente se salga de la lógica, pero la verdad es que en algunos aspectos, mi vida nunca ha sido muy lógica. Reflexiono sobre el sentido de la frase: “Una mirada, no dice nada, y al mismo tiempo, lo dice todo”. ¿Qué querrá decir con ello? Pienso más de la cuenta en ello, cuando posiblemente, no tenga ningún significado descifrable. Quizás ese sea mi mayor problema, que pienso demasiado en las cosas. A veces debería dejarme llevar más por el viento sin pararme a pensar en las consecuencias de mis actos… no sé, de nuevo estoy pensando demasiado.

…“Por eso estoy cosiendo esperanzas para el invierno”…

Se acerca el final de la canción y aún no he llegado a ninguna conclusión. Hay que ver lo que da de sí una espera en la parada del autobús, he empezado escuchando un buen tema de Xhelazz y he acabado replanteándome mi existencia. No he llegado a ninguna conclusión útil, pero da lo mismo, porque ya llega el autobús.

                …”me duele admitirlo, pero quiero llenar el vacío de quien tiene algo que decir y no puede decirlo”.

Termina la canción y me preparo para la siguiente, que esperemos sea igual de buena o mejor, aunque está complicado. Tomo asiento en el autobús y me encamino hacia mi destino.

jueves, 5 de enero de 2012

Desdicha y soledad

De un portazo dejo fuera de mi habitáculo los problemas. Tratan de entrar con fuerza, pero he puesto el cerrojo. Permanezco inmóvil durante un tiempo que se antoja eterno pero que no debe de sobrepasar los cinco segundos de tiempo real. Pasado ese tiempo me derrumbo. Parece ser que no he conseguido aislarme de los problemas, porque se han asentado en el interior de mi pecho. Se aferran con ahínco. Siento cómo un torrente de lágrimas saladas afloran por mis lacrimales y descienden huidizas por mis mejillas. Últimamente mi vida ha estado sometida a un continuo e intenso estrés, y la bomba de relojería acaba de detonar. Me dejo caer sobre la cama, que aguanta mi peso sin emitir quejido alguno. Me siento muy desdichado. Me inundo del bullicioso silencio que invade la estancia. Parece un contrasentido el término “bullicioso silencio”, parecen dos conceptos incompatibles, pero sin embargo no lo son. A pesar de la total quietud del cuarto, en mi cabeza las conexiones neuronales no descansan ni un instante, los potenciales eléctricos no son capaces de permanecer en reposo, descansando, sino que provocan que pasen por mi mente millones de sentimientos diferentes simultáneamente. Me doy la vuelta y me quedo unos segundos con la mirada perdida en algún punto del techo. Los sinsabores de la vida provocan que ya no tenga ningún interés por seguir viviéndola. No tengo ningún aliciente para prolongar mi agonía. Lanzo un fugaz vistazo a la ventana, aunque retiro rápidamente la mirada, como invadido por un extraño sentimiento de culpabilidad. ¿Realmente sería capaz de hacerlo? ¿Podría abrir la ventana, saltar al vacío, y acabar con mi eterna agonía? Seguramente no. Aunque tenga motivos suficientes para hacerlo, siempre he tenido un tremendo miedo a las alturas. Hay otro asunto que me inquieta: si finalmente lo hiciese, ¿realmente le importaría a alguien? ¿Derramaría alguien una lágrima por mi pérdida? Seguramente tampoco. Miles de preguntas de esta índole asaltan mi conciencia, que no da abasto, demasiadas preguntas sin respuesta, demasiadas incógnitas acerca de mi insípida existencia que necesito resolver para hallar una paz interior, o para terminar de declarar la guerra a mis sentidos. Pienso por un momento en el cerrojo. Es un simple trozo de metal, pero simboliza mi aislamiento con respecto al resto del mundo, me permite tomarme un respiro antes de volver a afrontar la realidad, que es tremendamente devastadora. Fuera, en la calle, llueve con tal fuerza que por un momento pienso que las gotas de lluvia van a agujerear el cristal de la ventana. Pero el repiqueteo de las gotas de lluvia provoca en mí un estado de gran relajación, siempre lo ha hecho, y ahora mismo era lo que necesitaba para poder calmarme y poner en orden mis confusos pensamientos. Poco a poco consigo desenredar la maraña caótica de sentimientos, que al igual que las gotas en el cristal, golpeaban mi cabeza sin tregua. Sonrío. Esta vez he vencido al desasosiego, pero ¿quién sabe si en alguna de estas ocasiones al fin conseguirá alcanzar su meta y poner fin a mi vida? Otra pregunta más sin resolver. Seguiré luchando aunque cada vez tenga menos fuerzas para hacerlo, y llegado el momento, quizás no me quede otra alternativa que someterme al fatal destino.